Los Gurús
Fue una mañana de aquéllas, donde nada sale bien. El gato está muerto de hambre y me rasguña la cara para despertarme. Preparo el café y se me suelta la chuchita de las manos y se hace añicos en las baldosas. Agarro un trapo para limpiar el desastre y me clavo un trozo de vidrio en el dedo gordo. Se me queman las hallullas. Me llaman del banco para decirme que estoy sobregirado. Me ducho y no sale agua caliente. Intento hacer una transferencia pero está caído Internet.
Si decides quedarte en cama corres el riesgo de que se te encienda la frazada eléctrica. Son de aquellos días donde no hay escape posible.
Me subo a la 4X2 y parto rumbo a La Pintana. Eduardo Chadwick, el presidente del grupo Errázuriz, organiza un almuerzo para celebrar los puntajes que obtuvieron sus vinos en The Wine Advocate. Avenida Santa Rosa es un colador. Está llena de hoyos y desvíos. Se enciende la lucecita de la bencina. Me pregunto si alcanzaré a llegar a Viñedo Chadwick. Desperado busco una bomba de bencina, pero el humo del famoso Transantiago no me deja ver ni un carajo.
Llego a la viña, pero nadie sale a recibirme. Todo es silencio. No silba ni el viento. Comienzo a preguntarme si será el día correcto, hasta que aparece el cuidador y me dice que todos están reunidos en la casona. Me estaciono y comienzo a buscar la entrada. No la encuentro. Camino por un sendero y llego a las canchas de tenis. Doy vueltas por la casa y veo a una mucama haciendo aseo. Me dice que pase. Que están en el comedor. Aguardo en un salón y me pongo a hojear unas revistas. La chimenea está encendida. Me quiero quedar ahí para siempre.
-Mil perdones por el atraso –digo con mi cara de santo y me siento en el único lugar libre, donde hay un papelito con mi nombre.
La invitación no era a la una como pensaba, sino a las doce, por lo tanto ya llevaban más de una hora conversando.
-Eduardo, la última vez que nos reunimos hablamos sobre los puntajes de los gurús de la crítica como Robert Parker Jr. y me hiciste saber tus aprehensiones. Me dijiste que miras con cierta suspicacia los puntajes de The Wine Advocate y Wine Spectator porque los vinos son catados con la etiqueta a la vista. Es por eso que ustedes concibieron la idea de organizar las llamadas Catas de Berlín, donde sus vinos se enfrentan con los más grandes de Francia e Italia y son evaluados a ciegas por un grupo de expertos de diferentes países. Con los espectaculares puntajes que les dio Parker, ahora ustedes me han tapado de emails para darme a conocer la noticia. ¿Acaso cambiaron de estrategia y se dejaron seducir por los gurús de la crítica?
Silencio total.
Sergio Cuadra, el enólogo de Caliterra, me dice que recién me estoy subiendo al auto y ya quiero cambiar la radio. Chadwick sonríe y expresa que los resultados fueron “un suspiro de alivio. Una alegría”.
-¿Les gusta realmente como catan estos críticos? –me pongo majadero.
-Hay críticos más durangos, a los que hay que pegarles más de un golpecito –se ríe.
Entonces aparece Guillermo Rodríguez, el chef de las estrellas, y presenta unos ravioles con osobucco y ricotta. La Cumbre 2006, Cénit 2006 y Don Maximiano Founder’s Reserve 2006 se comen el plato antes que nosotros.
La conversación toma un giro extraño. A propósito del pueblo de Leyda, que no cuenta con agua potable, y cuyos habitantes dependen de un camión aljibe para poder cocinar y asearse, comenzamos a hablar de la responsabilidad social de las empresas. Digo que es el colmo que las viñas boutique del valle, que toman el nombre del pueblo como denominación de origen, no hagan algo por la gente de Leyda. Alguien responde que no tienen que hacerlo porque eso es responsabilidad del Estado. Otro invitado dice que las empresas sí tienen un deber con la comunidad, más aún cuando los propietarios de esas viñas son algunas de las familias más ricas de Chile. La conversación se transforma en un acalorado debate.
Aparece nuevamente Rodríguez para salvar la situación. Esta vez con un magret de pato en jugo de guindas silvestres y gratín de papas y manzanas. La frescura y jugosidad de Seña 2006 hidrata un pato que parece venir caminando del desierto.
-¿Por qué no hablamos de religión ahora? –propone uno de los invitados, mientras degustamos Viñedo Chadwick 2006 con una selección de quesos. Francisco Baettig, enólogo de Errázuriz, comenta las diferentes personalidades de los vinos y Parker nuevamente sale al tapete.
-A estos críticos les gustan los vinos muy suaves, sin aristas, bien redondos y limpios –dice el enólogo.
Pienso en la gran influencia que tienen y cómo muchas viñas bailan al ritmo de ellos. En lugar de marcar las diferencias y mostrar un carácter único, las viñas producen vinos en serie, haciendo casi imposible diferenciar un sudafricano, australiano, chileno o israelí.
-¿Para quién hacen los vinos? –les pregunto siempre a los enólogos.
Algunos me responden que tratan de no interferir para que el origen del vino se exprese con la mayor fidelidad posible. ¡Qué bonito suena! Otros afirman que no piensan en los críticos, sino en los consumidores. Su prioridad es hacer un vino que se venda, pues muchas veces lo que pontifican los críticos no coincide con las preferencias de la gran masa de consumidores. Un enólogo muy conocido me dio una respuesta que me pareció muy interesante. Me dijo que hacía vinos personales, pero moldeados por las millones de opiniones que ha recibido durante su carrera. Nunca, nunca, nunca nadie me ha dicho que hace vinos al gusto de estos gurús de la crítica.
-¿Y están dispuestos a cambiar su estilo de hacer vinos para lograr esos puntajes? –le pregunto a Chadwick.
-No estamos dispuestos a hacer bombas pesadas para el mercado norteamericano. Nosotros no hemos cambiado nuestro estilo enológico. Ellos cambiaron. Ahora están premiando las sutilezas.
Hay tanto vino en el mercado que es una obligación diferenciarse, hacer que el campo y la uva trasunten en el vino, buscar una identidad, un camino propio. Quizás es un viaje más largo, más sacrificado, pero sin duda es lo más honesto y beneficioso en el largo plazo.
-Las modas pasan y son los vinos los que finalmente quedan –digo para mis adentros, mientras me disculpo con los anfitriones por irme tan temprano.
Me subo a la 4×2 y enfilo de vuelta por Santa Rosa. Me queda un suspiro de bencina, pero ya me han pasado tantas cosas que es imposible que me quede en pana. A lo lejos veo una bomba de bencina. Sí, mi suerte comienza a cambiar.
-¿Qué bencina le echamos? -me pregunta el bombero.
-95 puntos –digo sin pensar, mientras desesperado busco mi billetera.
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